martes, 9 de septiembre de 2014

De periodistas, políticos y negros enfermos.

http://www.revistagq.com/articulos/por-que-las-humillantes-batas-de-hospital-van-abiertas-por-detras/16741

Hace un par de años operábamos de una perforación de duodeno a una mujer que estaba realizando el camino de Santiago en solitario. Era extranjera y no hablaba español.

Cualquiera que haya tenido contacto con este tipo de pacientes sabe que lo más desesperante es la relación con su compañía de seguros. Éstas suelen ponerse en contacto con el médico responsable por teléfono, solicitando una serie de informaciones que habitualmente no se dan por ese medio. En este caso, el supuesto médico (es una llamada en la que se identifican como tal, siendo este extremo indemostrable) fue extremadamente indiscreto y se le "escapó" que la paciente era vicepresidenta de su comunidad autónoma y un cargo importante en el partido gobernante en su país de origen.

Por supuesto no informé de ello a nadie. La paciente insistía en no querer que se avisara a ningún familiar de su situación y al alta, que se prolongó unos días para permitir su desplazamiento, volvió sola a su país. 

Al verano siguiente terminó el camino de Santiago y pasó por el hospital para saludar y agradecernos la atención prestada. Yo ya sabía que habían concedido una entrevista en un periódico de su región en la que había puesto por las nubes al sistema sanitario español y se mostraba enormemente agradecida por el apoyo humano recibido durante su enfermedad (nos había mandado una copia del periódico en una carta de agradecimiento).

Un ingreso hospitalario por una enfermedad grave, o potencialmente grave, es especialmente estresante cuando ocurre en el extranjero, donde es difícil entenderse con el personal (y más en España, donde los idiomas siguen siendo una asignatura pendiente) y se desconoce el funcionamiento del sistema sanitario en cuestión de seguros, abonos y gastos. Sin embargo, aquella mujer estaba muy contenta de que la operación quirúrgica y el ingreso le ocurrieran durante su viaje en solitario a España, ya que le había permitido una recuperación tranquila y sosegada. Me confesó, con un café de por medio, que me estaba especialmente agradecida por otra razón: no haber informado a nadie de su identidad y condición política. Estaba convencida de que, de haber llegado su identidad a los dirigentes "políticos" del hospital, su estancia se hubiese convertido en un infierno de visitas de politiquillos lameculos (palabra que utilizo yo y que ella, seguramente, no pronunció) y cuchicheos.

He recordado esta historia a raíz de la información aparecida hoy sobre la enfermedad de Artur Mas http://www.gaceta.es/noticias/artur-operado-urgencia-insuficiencia-cardiaca-09092014-0856. En un artículo periodísticamente desastroso desde el punto de vista médico, se informa de que el muy honorable ha sufrido una operación como consecuencia de una enfermedad grave. El periodista ha tenido poco tiempo para informarse médicamente de lo que habla, probablemente por la prisa en ser el primero en publicar la información. En los pocos párrafos del artículo se destaca que al presidente de la comunidad autónoma de Cataluña se le relaciona con la corrupción. Más allá del poco gusto de relacionar su enfermedad con sus problemas con la justicia, y de que la sospecha, dedicándose a lo que se dedica y viviendo en el país en el que vive, podría ser más que fundada, el periodista y su medio se han visto en la obligación de enviar una información íntima y personal, amparándose en el derecho de información. En estos casos, mientras que al médico se le exige el secreto profesional, el periodista hace uso de esa información sin permiso, seguramente, del interesado; y por supuesto sin pensar si a éste se le puede hacer algún daño con una información de la esfera de lo estrictamente privado.

Los políticos son humanos. O al menos casi todos. Pero lo son más en el momento en el que sufren una enfermedad grave. Y pienso que les deben asistir los mismos derechos que a cualquier otro ciudadano. En estas situaciones graves los hombres nos igualamos. Entiendo que los políticos pidan que se respeten esos derechos. Del mismo modo que entiendo que, ante la enfermedad, todos los habitantes de España quieran ser tratados de forma humana, sin importar el color de la piel o si llevan los papeles en el bolsillo.

NOTA: A estas horas parece más que dudoso que la noticia sea cierta, lo que no me parece que altere el sentido del texto.



miércoles, 3 de septiembre de 2014

¿Qué dice el Dr. Google?


Como cirujano estoy habituado a que los pacientes, desde siempre, vengan a mi consulta y, a la pregunta de "¿qué le ocurre?", me respondan con total convencimiento: tengo 'x' y me tiene que quitar tal órgano.

Siempre me ha sentado mal esa actitud, generalmente motivada, consciente o involuntariamente, por el internista de turno, que informa al paciente del diagnóstico y del tratamiento que prescribe cual aspirina; o como el que manda al fontanero para empalmar una tubería.

Si bien el tratamiento necesario con frecuencia está claro, sobre todo en patologías de las llamadas menores, este tipo de actitud puede llevar a malentendidos posteriores entre el paciente y el cirujano si éste no amplía la información que el enfermo ha recibido del médico no-operador, que suele ser escasa o inexistente dado el desconocimiento lógico de éste en asuntos quirúrgicos, más allá de "le mando para que le quiten su 'x'".

Históricamente siempre ha habido pacientes de determinadas patologías crónicas, como la enfermedad inflamatoria intestinal, que leían mucho sobre su enfermedad y podían suponer un problema serio dado su conocimiento tan sectorial de la medicina. Requerían mucha información y, si uno no estaba al día, te podían pillar en 'arrenuncio' a la mínima, con la consiguiente repercusión en la relación médico-paciente. Pero lo verdaderamente serio era que no eran capaces de contextualizar la ingente cantidad de información de la que disponían en su caso particular, lo que podía generar conflictos y malentendidos. 

Hoy día estos casos de pacientes pseudoinformados se dan con mucha más frecuencia. Si la sobrecarga de la consulta me lo permite, lo cual me limita a ocasiones muy escogidas, tiendo a completar la entrevista con una pregunta que generalmente les provoca una sonrisita de "me ha pillado":

  - Y... ¿qué dice de esto el Dr. Google?

Yo les suelo pedir que no "googleen" más, que me busquen si les surgen dudas, incluso que las apunten para preguntarme. Porque, salvo ocasiones contadas, carecen de capacidad crítica suficiente para decidir qué información de la red les puede ser útil. Reconozco que yo mismo fui incapaz de encontrar información aprovechable respecto a una rara enfermedad que afectó a un familiar; de hecho apagué el ordenador porque en los primeros quince minutos de revisión, Google y compañía me bombardearon con desgracias y cataclismos de tal magnitud, que ya me veía de entierro tras terribles sufrimientos. 

Por tanto es necesario estar alerta ante estos pacientes malinformados por el Dr. Google, detectándolos (muchos lo llevan "en secreto") y tratando de ayudarles a encontrar la información necesaria. Convendría tener la ayuda del ministerio/consejerías para que confeccionaran documentos informativos accesibles desde la red, de manera similar a las páginas norteamericanas destinadas a este fin (que en ocasiones resultan demasiado "americanas"); aunque supongo que no podrá ser, dado que nuestros políticos parecen ocupados en otros menesteres más prosaicos con las múltiples "optimizaciones" de recursos que les consumen su tiempo de unos años a esta parte.

Tampoco las sociedades profesionales parecen haberse decidido a actuar en este campo. Pero, ¿dónde podría acudir mejor la familia de un paciente con cáncer de colon para informarse de esta enfermedad, más alla de lo que su cirujano pueda contarle en su inhumana consulta, que a las páginas para pacientes de la sección de colon de la Asociación Española de Cirujanos? Lo mismo sería deseable, ante la inoperancia de quien debería ser responsable de la salud de los españoles, para una cirugía cardiaca, ginecológica o de ORL; y, por qué no, de cualquier otra enfermedad no quirúrgica.

Reclamemos información fidedigna accesible a nuestros pacientes allá donde suelen buscarla y en el idioma que entienden. Y si esta no llega, que tiempo ha habido, tomemos las riendas los médicos y demos más valor a nuestras sociedades científicas ofreciendo este servicio a nuestros pacientes. De esta forma les estaremos ayudando... y también a nosotros mismos.