La sociedad de lo políticamente correcto ha convertido el término "gordo" en un insulto; es más propio llamarlo obeso y, el colmo de la corrección, sobrepeso. Pero un gordo es un gordo, y de diagnóstico oficial si su índice de masa corporal es mayor de 30 kg/m².
Fuera de esta anotación humorística, lo cierto es que la obesidad es un problema importante en todo el mundo civilizado y España no escapa a esta realidad. De hecho es uno de los países en el que el problema es más grave, sobre todo en lo que respecta a la obesidad infantil. Socialmente, un niño sano es un niño lustroso, colorado, relleno.
Obesidad en España, OCDE. http://goo.gl/zzvah9 |
Obesidad infantil en España, World Obesity, http://goo.gl/yBs0M
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Los cirujanos en general "odiamos" a los gordos. En nuestro día a día somos testigos, sin ninguna duda, de que la obesidad influye decisivamente en los resultados de las intervenciones quirúrgicas. La obesidad provoca hipertensión arterial, problemas de movilidad, diabetes, infecciones tras la cirugía, etc. Empeora significativamente la calidad de vida. En las contadas ocasiones en las que conseguimos convencer a un paciente de la importancia de adelgazar, el agradecimiento suele ser inmediato. Estos pacientes disminuyen sus necesidades de ingesta de medicamentos, mejoran su movilidad, disminuyen sus problemas osteoarticulares, duermen mejor y otra serie de beneficios en su calidad de vida que agradecen como "efecto secundario" de la preparación para la intervención quirúrgica.
En España podemos pensar estar protegidos porque hemos "inventado" la dieta mediterránea. Incluso es "patrimonio cultural inmaterial de la humanidad". El problema es que de momento nadie ha querido definir la dieta mediterránea y divulgarla ampliamente; el concepto que tenemos es idealizado, más que basado en un conocimiento real de la misma. En el imaginario popular la identificamos con el aceite de oliva. Algo así como zumo de aceituna para desayunar en la tostada, para nuestras fritangas del mediodía, los huevos fritos por la noche en abundante aceite de oliva; y jabón del Mercadona al aceite de oliva para la ducha. No parece que esto nos vaya a permitir reducir la obesidad y mejorar la calidad de vida de la población.
Si es importante comer verduras, cereales, legumbres y aceite de oliva y beber vino, entre la dieta de mis abuelos identifico pocas te estas características. Más bien pasaban hambre y comían lo que había. Y entre mi dieta y la mis hijos, identifico un exceso de todo tipo de carnes, pescados, productos azucarados y de caprichos que me parece que la alejan bastante de la cacareada dieta mediterránea. Y el vino no suele estar en la mesa más que en ocasiones especiales.
Cuando mis pacientes me preguntan sobre dieta mediterránea y otros aspectos de su alimentación, me confieso ignorante. Soy capaz de recomendar verduras, evitar otro tipo de aceites diferentes al de oliva (pero sin mitificar a este) y sobre todo recomiendo platos más pequeños y realizar ejercicio diario. Para todo lo demás remito al endocrino.
En internet el concepto dieta mediterránea cada vez es más "corrupto" y me recuerda a un publireportaje patrocinado por las casas de aceite y jamón, al estilo de la patraña del Actimel. Si bien los beneficios son conocidos, la mercantilización del concepto lo puede terminar por desvirtuar por completo. Las sociedades científicas deben de preocuparse por identificar en qué consiste el estilo de vida mediterráneo y cómo consigue sus beneficios y olvidarse de buscar logotipos para su página.
No crean que escribir esta parrafada no me supone un esfuerzo. Voy a ver si me almuerzo una tostada de pan con tomate y jamón con una copita de riojita rico. Saludos.
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