Como cirujano estoy habituado a que los pacientes, desde siempre, vengan a mi consulta y, a la pregunta de "¿qué le ocurre?", me respondan con total convencimiento: tengo 'x' y me tiene que quitar tal órgano.
Siempre me ha sentado mal esa actitud, generalmente motivada, consciente o involuntariamente, por el internista de turno, que informa al paciente del diagnóstico y del tratamiento que prescribe cual aspirina; o como el que manda al fontanero para empalmar una tubería.
Si bien el tratamiento necesario con frecuencia está claro, sobre todo en patologías de las llamadas menores, este tipo de actitud puede llevar a malentendidos posteriores entre el paciente y el cirujano si éste no amplía la información que el enfermo ha recibido del médico no-operador, que suele ser escasa o inexistente dado el desconocimiento lógico de éste en asuntos quirúrgicos, más allá de "le mando para que le quiten su 'x'".
Históricamente siempre ha habido pacientes de determinadas patologías crónicas, como la enfermedad inflamatoria intestinal, que leían mucho sobre su enfermedad y podían suponer un problema serio dado su conocimiento tan sectorial de la medicina. Requerían mucha información y, si uno no estaba al día, te podían pillar en 'arrenuncio' a la mínima, con la consiguiente repercusión en la relación médico-paciente. Pero lo verdaderamente serio era que no eran capaces de contextualizar la ingente cantidad de información de la que disponían en su caso particular, lo que podía generar conflictos y malentendidos.
Hoy día estos casos de pacientes pseudoinformados se dan con mucha más frecuencia. Si la sobrecarga de la consulta me lo permite, lo cual me limita a ocasiones muy escogidas, tiendo a completar la entrevista con una pregunta que generalmente les provoca una sonrisita de "me ha pillado":
- Y... ¿qué dice de esto el Dr. Google?
Yo les suelo pedir que no "googleen" más, que me busquen si les surgen dudas, incluso que las apunten para preguntarme. Porque, salvo ocasiones contadas, carecen de capacidad crítica suficiente para decidir qué información de la red les puede ser útil. Reconozco que yo mismo fui incapaz de encontrar información aprovechable respecto a una rara enfermedad que afectó a un familiar; de hecho apagué el ordenador porque en los primeros quince minutos de revisión, Google y compañía me bombardearon con desgracias y cataclismos de tal magnitud, que ya me veía de entierro tras terribles sufrimientos.
Por tanto es necesario estar alerta ante estos pacientes malinformados por el Dr. Google, detectándolos (muchos lo llevan "en secreto") y tratando de ayudarles a encontrar la información necesaria. Convendría tener la ayuda del ministerio/consejerías para que confeccionaran documentos informativos accesibles desde la red, de manera similar a las páginas norteamericanas destinadas a este fin (que en ocasiones resultan demasiado "americanas"); aunque supongo que no podrá ser, dado que nuestros políticos parecen ocupados en otros menesteres más prosaicos con las múltiples "optimizaciones" de recursos que les consumen su tiempo de unos años a esta parte.
Tampoco las sociedades profesionales parecen haberse decidido a actuar en este campo. Pero, ¿dónde podría acudir mejor la familia de un paciente con cáncer de colon para informarse de esta enfermedad, más alla de lo que su cirujano pueda contarle en su inhumana consulta, que a las páginas para pacientes de la sección de colon de la Asociación Española de Cirujanos? Lo mismo sería deseable, ante la inoperancia de quien debería ser responsable de la salud de los españoles, para una cirugía cardiaca, ginecológica o de ORL; y, por qué no, de cualquier otra enfermedad no quirúrgica.
Reclamemos información fidedigna accesible a nuestros pacientes allá donde suelen buscarla y en el idioma que entienden. Y si esta no llega, que tiempo ha habido, tomemos las riendas los médicos y demos más valor a nuestras sociedades científicas ofreciendo este servicio a nuestros pacientes. De esta forma les estaremos ayudando... y también a nosotros mismos.
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