La cirugía cambia. Probablemente poco más quede por hacer en campos como la escasa agresividad de nuestras intervenciones, las altas precoces y otros campos que cambiaron tras la llegada de la laproscopia. Hoy la atención se centra en otros aspectos y uno de ellos, trascendental, es la seguridad del paciente. Se están desahogando mecanismos de verificación o check-list, con el objeto de reducir los errores con una medida muy sencilla. Hay otros campos para mejorar la seguridad dentro del quirófano. Se está investigando, por ejemplo, por qué la probabilidad de tener una complicación está relacionada con el día de la semana en que uno se opere: quien pase por el quirófano un viernes tiene menos posibilidades de sobrevivir con bien a una intervención quirúrgica. Pero esto serán temas para artículos futuros.
Hoy me gustaría comentar un tema que últimamente ha llamado la atención de muchos cirujanos. Desgraciadamente, hay veces que el quirófano parece el desfile del día del orgullo gay, por el ruido ambiente que hay. Los anestesistas despotricando con su enfermera porque no funciona el sensor de la tensión arterial, por lo que no deja de sonar una chirriante alarma, mientras el titular se estudia por los cascos la declinación de los artículos indeterminados en alemán. El mecánico está cambiando la botella de CO2 que debió revisarse antes de empezar la operación, riéndose con el celador (del atleti) de la cara de los del Madrid tras caer en la final de copa por 6-1. La instrumentista explicando a la alumna cómo se monta la tijera. En ese momento entran la supervisora, para saber si vamos a acabar a tiempo, y la enfermera del quirófano de urgencias, para preguntar si necesitamos la consola del bisturí armónico o puede llevársela. En la radio dan la hora en punto y empiezan las noticias en Melodía FM. El teléfono, en el bolsillo interior de la chaquetilla del MIR, suena por tercera vez. Sólo la auxiliar está en silencio, mientras conversa por el Whatsapp con su cuñao. (ti-ti-ti, ti-ti tirititi).
Esta imagen, que es exagerada hasta el esperpento, en ocasiones no difiere mucho de lo que ocurre en realidad. Y se ha comprobado que el ruido en el quirófano altera la seguridad de la intervención. Cualquier ruido que se prolonga en el tiempo es molesto. El simple sonido de un aspirador, leve, generalmente inapercibido, solamente se percibe cuando la enfermera bloquea el tubo del mismo. En ese momento se extiende una curiosa sensación de paz por todo el quirófano, sorprendente por provenir de un sonido que ni siquiera oíamos.
Sin embargo, no está clara la contribución de la música a volúmenes bajos a ese deterioro del quirófano. De hecho, es conocido que los pacientes pueden beneficiarse de una música agradable. Y, aunque el efecto sobre los médicos en formación sea negativo, sobre los especialistas experimentados puede ejercer una acción tranquilizadora, además de aumentar su velocidad y concentración.
Pero mientras lo de la música será discutible (yo independientemente de la costumbre de cada uno, a un volumen aceptable creo que según el momento es agradable tenerla), lo que es inaceptable es el uso de los teléfonos "inteligentes" en los quirófanos. En mi opinión debería estar, simple y llanamente, prohibido. Puede que sea un "fascio-cirujano", pero no hay nada que me moleste más que una persona jugando o conversando con cualquiera de las aplicaciones, mientras salen del teléfono pitos, sirenas, flautillas, cornetines y demás cantinelas insoportables.
Repito que en mi opinión los teléfonos deberían estar prohibidos terminantemente dentro del quirófano. Sin excusas. Pero, de momento, lo que es exigible es un uso adecuado, limitado y responsable. Al nivel de inteligencia del propio teléfono, para dejarnos operar tranquilamente a Lady Godiva
Una vez más, recordaros que recibo con agrado cualquier comentario.
España es el país del ruido, pero no de los comentarios
ResponderEliminar;)
Eliminar