Soy cirujano.
Comenzar un blog con esta declaración me ha parecido lo más correcto. No porque pretenda escribir una bitácora sobre cirugía; los temas médicos serán mayoría, pero no exclusivos. Sin embargo, las características de los cirujanos les hacen diferentes al resto de los médicos. No mejores, seguramente tampoco peores, pero distintos.
Me hubiese gustado llamar a mi blog primum non nocere. Pero llegar tarde a esto de la red tiene algunos problemas, como por ejemplo que exista un blog con ese nombre y, por añadidura, uno de los mejores que conozco. Mis maestros pretendieron enseñarme que mi primera intención debería ser no hacer más daño que el que cualquier intervención quirúrgica ya ocasiona por sí misma. Probablemente debería decir que cualquier gesto médico, diagnóstico o terapéutico, puede provocar un daño. Pero la relación del cirujano con sus complicaciones no tiene comparación en ninguna otra especialidad médica. Un bisturí, una pinza o las manos pueden hacer mucho daño, incluso haciendo todo según el mejor arte.
En mi trabajo diario me encuentro con muchos pacientes que conocen los riesgos a los que se exponen ante una intervención quirúrgica. Sin embargo, en la sociedad actual hay una tendencia marcada hacia el pensamiento de que no existen riesgos en las intervenciones de mediano o pequeño calibre. Este fenómeno lo conocen y lo sufren diariamente los obstetras y pediatras: porque socialmente parece que es imposible que un niño o una mujer mueran en el parto, pero la mortalidad materno-infantil existe y existirá.
En cirugía hay situaciones en las que parece inaceptable que se produzca una complicación grave, que incluso pueda poner en riesgo la vida del paciente. ¿Cómo se va morir alguien con una apendicitis o por quitarle la vesícula cuando solo ha tenido unos pocos cólicos? Evidentemente el riesgo en algunos procesos es bajo, pero incluso en pacientes en los que nada hace prever un desenlace complicado, la propia naturaleza del acto quirúrgico conlleva un riesgo que nunca es cero.
Las causas de que algunos pacientes se expongan a este riesgo "como el que va a afeitarse" son varias. Por un lado, a la hora del consentimiento informado, pocos pacientes se atreven a preguntar. Sin duda el acto de la información por parte del médico para la obtención del consentimiento informado es una asignatura pendiente en España. En general hay una tendencia a quitar "hierro" a la hora de requerir la firma en el documento; quizá tengamos una exagerada confianza en nuestra capacidad y en las bondades de la técnica y de la tecnología. Pero también hay un mal entendido proteccionismo de cara al paciente, con la perversa intención de no "asustar": «No se lea el papel; si se lo lee no se opera, firme y ya está». Y si se lo lee, no siempre lo tiene fácil para entenderlo.
Pero como siempre, creo que la administración también tiene su parte de culpa. Hasta el comienzo de los recortes, todos los servicios de salud se vanagloriaban de sus excelentes resultados, de lo buenos y guapos que son sus médicos, de sus magníficos hospitales y la impresionante tecnología que todo lo permite. En resumen, la administración como cualquier empresa se vende, aunque en este caso no sea por dinero, sino por votos.
Cuando se produce una complicación grave las familias informadas suelen reaccionar como es de esperar, con disgusto y preocupación. Pero una de las reacciones más frecuentes entre las familias que han acudido con desconocimiento o desprecio de los riesgos es el enfado. Un familiar desinformado es un familiar cabreado, con razón o sin razón, pero enfadado al fin. Son frecuentes las amenazas, afortunadamente pocas veces físicas, pero a menudo se advierte de la intención de tomar acciones legales. Pese a que muchos cirujanos hemos recibido estas advertencias, en España pocas veces estas amenazas terminan en el juzgado.
En estas situaciones es importante centrarse en lo principal. La presión excesiva de la familia no puede llevar a actitudes intervencionistas que agreguen aún mas riesgos al proceso. Estas presiones con frecuencia no son sólo de la familia, sino que al tratarse de pacientes con manejo multidisciplinar en ocasiones es difícil escapar al influjo de intensivistas, internistas y demás 'fauna hospitalaria' que añaden factores de distorsión a lo que debería ser el manejo del paciente quirúrgico. Por supuesto (y antes de llenar mi recién estrenado blog con airosas protestas de aludidos), con la mejor intención.
Afortunadamente para todos, la mayoría de estos pacientes salen del hospital curados tanto de su enfermedad como de cuantas complicaciones la cirugía o el cirujano modernos les hayan podido causar. Y en muchas ocasiones es precisamente el paciente que peor lo ha pasado el más agradecido al final de su proceso. Por supuesto, la próxima vez preguntará y será consciente de que en el hospital, para recuperar la salud, la puede perder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario